Como tantas veces hemos visto en las películas, junto a los trabajadores que pretendían ganarse la vida buscando oro aparecieron indeseables que dedicaban su vida a atracar a mineros y banqueros. Pistoleros y forajidos, sheriffs y marshals, todos desenfundaban sus revólveres sin atisbo de duda. Os explicamos dos historias de violencia que ocurrieron por estos pueblos salvajes: la primera se sitúa entre Placerville (o también conocida como Hangtown, el pueblo de los ahorcados) y el paso Carson y la segunda entre Sutter Creek y Murphys.

No hay perdón para los villanos
Una fría mañana de diciembre de 1854, el Capitán Jonathan Davis y sus dos compañeros, James McDonald y el Dr. Bolivar Sparks, fueron atacados por un grupo de bandidos en un estrecho camino entre Carson Pass y Placerville, cerca de Sacramento.
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Cargados con sus escasas posesiones, el capitán Davis, McDonald y el doctor Bolivar abandonaron temprano el campamento minero donde habían pasado unos días reconociendo el terreno en busca de nuevas vetas. El camino, tras media hora de trayecto, se adentraba por un cañón cada vez más angosto, cuando de repente, detrás de unos arbustos aparecieron 14 hombres armados. Les habían tendido una emboscada.
Se trataba de un grupo de bandidos que la semana anterior había estado “actuando” por la zona, robando y matando a mineros. Así que no aparecieron sólo para asustarles… Sin mediar palabra dispararon a McDonald, matándolo al acto. Al Dr. Bolivar le dio tiempo a disparar dos tiros antes de que lo hirieran. Así que el Capitán se quedó rápidamente solo frente a los atracadores.
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Davis, veterano de guerra y ambidiestro, desenfundó sus dos revólvers Colt y empezó a disparar a los malhechores como un poseso, matando a 8 de golpe con un certero disparo en la cabeza a cada uno. En ese momento agotaron la munición pero la lucha no acabó. Cuatro de ellos se abalanzaron contra él, con cuchillos y puñales en mano. El capitán lanzó los revólvers descargados al suelo y sacó su cuchillo Bowie. Empezaron a luchar, moviéndose ágilmente, esquivando los golpes y propinando cortes. Un mano a mano en el que el Capitán acabó hiriendo de muerte a tres insensatos y dejando desarmado al líder de la banda, eso sí, sin un dedo y con un buen tajo en la nariz.
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Los ruidos alertaron a los mineros, que se aproximaron a lo alto de la colina y contemplaron los últimos minutos de la escena que culminó con 10 cuerpos inertes tendidos en el suelo, tres retorciéndose de dolor, y los supervivientes huyendo, dejando tras de sí sus pertenencias. ¡Qué tío el tal Davis!
Después del brutal intercambio de disparos, el capitán solo sufrió heridas leves. Eso sí, se contó hasta 6 agujeros en su sombrero y 11 balas atravesaron su abrigo. Tras el tiroteo, socorrió a su buen amigo el Dr. Bolivar, gravemente malherido, y se lo llevó a su casa, en Coloma, junto con el botín de los atracadores: 491$ en monedas de oro y plata, 4 onzas de oro sin pulir y un gran número de relojes de oro y plata. Sin embargo, a los pocos días el doctor falleció.
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Los testigos de la sangrienta escena informaron al día siguiente de los hechos acontecidos, sobre cómo un hombre alto, a quien podían distinguir fácilmente del resto por su sombrero blanco, luchó valientemente por su vida, disparando repetidamente sus armas y matando a diez hombres.
De la banda se supo que estaba compuesta por dos estadounidenses, un francés, cinco australianos de Sydney y cuatro mexicanos, y que acababan de comenzar sus operaciones, habiendo matado a seis chinos hacía tres días y a cuatro estadounidenses el día anterior a su encuentro con el Capitán Davis.
Joaquín Murrieta, el Robin Hood de El Dorado.
Murrieta, originario de Sonora (México), emigra con su esposa a California en 1848, con el inicio de la fiebre del oro. Consigue, junto a su hermano, una concesión minera en Placerville, alcanzando un cierto éxito, provocando la envidia de los mineros anglosajones. Esta actitud no era excepcional entre los mineros «blancos». Tanto es así que incluso presionaron a los legisladores para que promulgaran leyes racistas que les favorecieran.
Según cuenta la leyenda, un día una turba de mineros anglosajones envidiosos lo expulsaron de su tierra, no sin antes pegarle una paliza y violar a su mujer.
Este suceso obviamente no le dejó indiferente. Sin poder recurrir al sistema judicial (por su falta de imparcialidad), Murrieta lideró a un grupo conocido como los Cinco Joaquines los cuales se dedicaron a asaltar, robar y matar, aterrorizando el Condado de Calaveras, Sierra Nevada y Sacramento.
En 1853 el recién creado gobierno tomó dos medidas para acabar con la banda de los Cinco Joaquines: creó la fuerza policial de los Rangers de California, un equipo de 20 hombres encabezados por el adjunto al Sheriff de Los Ángeles Harry Love, y puso precio a la cabeza de Murrieta, 6000$. Finalmente, el equipo de Rangers encontraron a la banda dando caza al jefe.
Joaquín Murrieta y su compañero Manuel García Jack “Tres dedos” fueron muertos mientras se resistían al arresto de los Rangers. Como no había fotógrafos, a modo de prueba, los Rangers le cortaron la cabeza a Murrieta y la mano a García y las pusieron en jarras llenas de Brandy. Las pruebas fueron identificadas por testigos que “certificaron” la autenticidad de los miembros y así los Rangers pudieron cobrar la recompensa.
En 1854 un periodista de orígen cherokee escribió una novela, Vida y aventuras de Joaquín Murrieta, que lo describió como un célebre bandolero californiano, mitificando la figura de Murrieta y convirtiéndolo en un furioso vengador de las injusticias cometidas contra los mexicanos.

El personaje ficticio de El Zorro (interpretado por Antonio Banderas) en La máscara del Zorro está parcialmente inspirado en Murrieta. De hecho se llama Alejandro Murrieta, el cual quiere vengar la muerte de su hermano Joaquín.
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