Conducir por las colinas del norte de California es un placer, especialmente en primavera. El verde de los prados es intenso y las vacas y ovejas que pastan tranquilamente te desorientan ¿acaso hemos dejado el oeste americano? ¿Hemos cruzado, sin darnos cuenta, una puerta espacio-temporal que nos ha llevado al País Vasco o Irlanda? No, seguimos en California, las vallas blancas que delimitan los ranchos solo se encuentran aquí.

El día ha amanecido lluvioso, pero el pronóstico del tiempo anuncia que a partir de las 11 de la mañana el sol va a apartar las nubes y hacerse un hueco. Así que de nuevo nos lanzamos a la carretera, hacia el Pacífico, atravesando el valle de Sonoma. Efectivamente, alrededor de la hora señalada la lluvia cesa. La nube que cubre el valle de San Joaquín y parte de Sacramento avanza hacia Sierra Nevada, donde volverá a dejar mucha nieve, mientras tanto, nosotros ya estamos bajo un cielo azul y casi raso. Sorprendentemente los pronósticos del tiempo suelen ser muy acertados para la gran variedad de climas que se dan en el Estado. En unas cuantas millas pasaremos de un clima pseudo-mediterráneo caliente a uno oceánico, es decir, en el valle el invierno es más frío y el verano es mucho más caluroso que en la costa aunque en San Francisco, en un plazo de 30 minutos puede hacer frío, calor, viento, lluvia, sol, niebla… todo a la vez.

Nos dirigimos, pues, hacia el oeste por la interestatal 80, entre bastantes coches y camiones, algunos de los cuales vienen de Utah, Nevada, Colorado… Pasamos Vacaville y a la altura de la base de la fuerza aérea Travis, nos desviamos hacia el Valle de Sonoma. Por cierto que la base debe su nombre al Brigadier Travis, quien murió en 1950 cuando el avión que comandaba, cargado de 2.300 kg de explosivos y una bomba atómica, se estrelló al poco de salir. Por fortuna, la bomba atómica no estalló, aunque sí los explosivos. Menudo estruendo se debió escuchar…
Valley Ford
Avanzamos serpenteando entre las colinas, prados y viñas. El valle de Sonoma está repleto de viñedos, así que por un momento, también podrías pensar que estás en el Penedés… quizás Francia. En Valley Ford, en lo alto de una colina, nos paramos para comer. El pueblecito, por llamar de alguna forma a los cuatro edificios que hay a cada lado de la carretera, ofrece un hotel, un supermercado, un restaurante y una estación de bomberos. En la tienda compramos unos minitacos de queso de vaca de la zona al módico precio de 35 $ el kg y en el restaurante una hamburguesa y un sándwich de huevo frito con espinacas. Todo hecho con productos super ecológicos, de ahí los ¡¡¡45 dólares!!!… Tras la comida, agarramos unos cafeses (como auténticos americanos) y seguimos para adelante, por nuestra Irlanda particular, hasta que llegamos al pueblo Occidental, donde tomamos la “Coleman Valley Route”, una carreterita que nos lleva al Pacífico, entre redwoods y otros árboles.
Coleman Valley Route
Tras la comida, agarramos unos cafeses (como auténticos americanos) y seguimos para adelante, por nuestra Irlanda particular, hasta que llegamos al pueblo Occidental, donde tomamos la “Coleman Valley Route”, una carreterita que nos lleva al Pacífico, entre redwoods y otros árboles.
¡Vaya carretera! ¡Qué paisajes y qué vistas! Para que os hagáis una idea, el equivalente en el Vallés sería ir desde Cerdanyola hasta Barcelona, por la Carretera de les Aigües, atravesando Collserola… este ejemplo solo ilustra que en ambos casos el valle interior está separado del mar por una cordillera litoral, pero ni las dimensiones ni la belleza son comparables. Ya en la costa, el océano pacífico te atrae de tal manera que no quieres irte ni dejar de mirarlo. Esto no es el Mediterráneo, se nota. Miramos al horizonte en busca de ballenas, pero todavía no las vemos, aunque sabemos que están ahí. Hacia el norte, se intuye el delta del Russian River, puesto que el azul brillante del mar rodea una gran mancha marrón de agua dulce y sedimentos, por donde nadan leones marinos, focas y salmones, estos últimos encaminándose río arriba a desovar o ser presa de los pescadores.
Russian River
A lo largo del Russian River, aprovechando el valle excavado por el río, hay una carretera que une varios pueblos, el más grandecito sería Guerneville. Más adelante, camino de nuevo hacia el valle de Sonoma, empiezan a aparecer los viñedos y las bodegas, donde se pueden hacer catas de sus pinot, syrah o zynfandel. Nos encontramos con una que tiene origen catalán, se llama “De la Montanya”. Su web dice que llevan ya 6 generaciones en la región y no hacen mención de sus orígenes, pero vamos, de Minesota no son. No muy lejos de ahí, entre Sebastopol y Occidental, la familia Torres, de Vilafranca del Penedès, tiene unos viñedos que se llaman Marimar.

La carretera nos lleva hasta el «humilde» pueblo de Healdsburg, al norte del Valle, donde deducimos que los ricos de San Francisco, Silicon Valley y LA vienen a tomarse los vinos y a descansar. Una copa de vino cuesta unos 16$, una botella 60$ y un terrenito con una casita de madera con 2 habitaciones cuesta unos 1,2 millones de dólares. Las tendencias turísticas que más se llevan por aquí: turismo orgánico, glamping (campings glamurosos), granjas boutiques y rural chic.
El glamping debe de ser interesante ver esos cámpings glamurosos.
Me gusta mucho el paisaje, la verdad no me costaría vivir por esta zona. Tiene todo lo que me gusta, naturaleza viva.