Octubre. Ya había llegado el otoño. No cabía duda. El calor sofocante del verano se había marchado definitivamente y los árboles perdían las hojas con facilidad.
Hacía ya un año que habíamos vuelto a casa después de vivir una intensa etapa en California. En mi empeño de estudiar inglés encontré una escuela donde por el módico precio de ofrecerme voluntaria para hablar en español podía asistir a clases de inglés que impartían a un grupo de latinos. En todo caso, los estudiantes oficiales de la escuela eran los californianos que querían aprender español, en su mayoría por afición, para desarrollar la mente y al mismo tiempo, acercarse a una cultura tan ajena y tan cercana a la vez. Así que, además de la lengua, la escuela ofrecía diferentes actividades culturales, entre las cuales estaban los viajes a países en los que se habla español.
Sin duda, España era un destino evidente y que yo fuera de este país me hacía la mejor candidata para que les organizara un viaje, hiciera de anfitriona y les acompañara en el periplo.
Aunque no me dedique a ello profesionalmente, me gusta mucho viajar, así que accedí y diseñé diferentes rutas por España que pudieran ser interesantes para estudiantes americanos de mediana edad, con sensibilidad a la cultura hispana y con mentalidad abierta. De las que pensé fructificó una: el norte de España. Una ruta donde se combinaba la historia, los paisajes naturales, la cultura y la interacción con los españoles a través de sus costumbres gastronómicas. Podrían descubrir tramos del Camino de Santiago, edificios emblemáticos, arte románico y gótico y, sobre todo, la cuna del castellano.
De la organización se encargó una agencia de León. Se apuntó gente y voilà, estaban ya volando a Madrid deseosos de disfrutar una complete spanish experience de 12 días. Mientras tanto yo estaba en el AVE Barcelona – Madrid, bastante tranquila, ya que todo estaba controlado, las reservas de los hoteles, las actividades, el minibús con su chofer correspondiente y la guía. Yo solo tenía que acompañar al grupo y darles conversación en español.
Me presenté mientras desayunaban. Media de edad 65 años, la mayoría jubilados, con diferentes perfiles profesionales: expolicías, exmilitares, exconstructores, exfuncionarios, exinformáticos… y con dos características comunes: todos andaban a paso de tortuga y no tenían ni papa de español. Al menos tendría dos aliadas, la hermana de la directora de la escuela y la guía.
Formados en fila esperando el minibús conocimos el último integrante del grupo: el conductor. Su carta de presentación fue la de llegar tarde al punto de encuentro. Se había perdido. Este hecho, y otros posteriores de similar naturaleza, degenerarían en una tensa relación con la guía.
La ruta
Santo Domingo de Silos, para escuchar el canto gregoriano de los monjes en su oficio religioso. Medio grupo acabó dormido.

Burgos, primera experiencia con la gastronomía castellana. Impactados con la morcilla y el rabo de toro. Impresionados con la Catedral de Burgos.
Monasterio de San Millán de la Cogolla. La reacción fue:
-¿otra iglesia?
– Sí, pero aquí podéis ver los primeros escritos en lengua castellana, ¡el nacimiento de la lengua que “supuestamente” estáis aprendiendo!
Bodega Marqués de Riscal, visita, cata y magnífica comida.
– ¿por qué tantos cubiertos sobre la mesa?
La Rioja. Atravesando los otoñales paisajes de viñedos y bosques de tonos rojos, ocres, naranjas y amarillos riojanos disfrutamos de más bodegas, más catas y más gastronomía local. Más de uno acabó piripi.
Bilbao, la ciudad que se mueve entre la tradición y la modernidad. No dejamos de visitar el casco viejo, el mercado y el museo Guggenheim sin olvidar tampoco sus deliciosos pintxos con un tour guiado por diferentes bares.
-¿Pero no vamos a comer sentados y un plato para cada uno?
Avanzamos por la costa cantábrica, verde y cautivadora con cierta similitud a la costa norte californiana, saboreando fabadas, quesadas, sidras y cachopos. Desde Santillana de Mar a la Villa Quijano que diseño Gaudí en Comillas, de Llanes a Oviedo para acabar en León.

León. Los paseos por las calles peatonales contemplando la monumentalidad de la ciudad justifica por sí misma una visita. Sin embargo tuvimos que ponerle un poco de épica hollywoodiana en el relato para captar la atención de nuestro grupo que parecía un poco perdido ante tanta información sobre la Edad Media y explicarles que si Indiana Jones hubiese ido directamente a la Basílica de San Isidoro hubiese encontrado el Santo Grial. Y no menos empeño pusimos para explicar en qué consiste las tapas de croquetas o de oreja, los cortos y las cañas en una ruta por el Barrio Húmedo.

La última etapa pasaba en Segovia. 2000 años de historia delante de sus ojos ¡un acueducto romano! Sí señor, de la época de los romanos, por si quedaba alguna duda. Aunque más fotografías recibió el Alcázar por ser la inspiración de Walt Disney para su castillo de Cenicienta.
-¿Las piedras para construir el castillo las trajeron de América?
Pero lo qué realmente hizo que les saliera los ojos de las órbitas fue ver como el Maestro mesonero Don Cándido trinchó el cochinillo con un plato que arrojaba al suelo como colofón. La escena no tuvo desperdicio como tampoco la comilona posterior.
Madrid fue el escenario de la despedida de este viaje que tenía como propósito dar a conocer una ruta alternativa al turismo más tradicional de España. No sé si conseguí que aprendieran un poco más de español y de su cultura. Pero buscando el feeback pregunté: ¿bien, no?
Rabo de toro burgalés Pintxos bilbainos Cocido cántabro Cochinillo segoviano Chorizo riojano Cachopo asturiano